Llegué a Salento con Mario y Sabine desde Manizales.
Teníamos como siempre algunos hostales preseleccionados y empezmos lógicamente por el que mejor sensación nos daba: La casona de Lili.
Subimos y la misma Lili en persona nos recibió y mostró nuestra habitación, una cuadruple para nosotros tres.
Lili es una de personas que erradian una alegría y paz interior que te llega en cuestión de segundos. A los pocos minutos ya estábamos tomando un desayuno que ella mismo nos preparó.
El tiempo en Salento es de montaña. Ahora sale el sol...
...ahora la niebla lo cubre todo.
Queríamos ir al día siguiente a visitar el valle de Cocora, pero con tal niebla y la lluvia no tuvimos más remedio que quedarnos en Salento, cosa no nos importaba mucho, la verdad.
Es un pueblecito de unos 7.000 habitantes con un encanto especial. Incluso, para mí, más bonito que Barichara, si cabe.
O sea, más o menos del tamaño de Trebujena, el pueblo de mi padre, al que algún día dedicaré un post.
Esa niebla que aparece y desaparece desde el valle le da al pueblo un aire místico.
Coloridos balcones de madera, calles húmedas por la esa continua llovizna que termina por empaparte por completo a los pocos minutos, y lugareños que apenas si se percatan de los visitantes que puedan llegar a su localidad. Ellos viven felices y hacen su vida normal.
En Salento tienes la impresión que la gente en no camina, sino que se desplazaban de un vecino a otro para seguir conversando. Todo es pura relajación. Nada de stress ni prisas. La gente atiende sus negocios con absoluta tranquilidad o disfruta jugando en los salones de billar mientras toman algo con amigos.
Y mucho lo hacen desde después de su jornada de trabajo directamente, aún vestidos con la indumentaria típica del eje cafetero, una ruana. Algo así como un poncho.
El sombrero vueltiao, sin embargo, es más típico del carribe colombiano, pero es ya símbolo de identidad para toda Colombia
Y como tuvimos tiempo de sobra para poder descubrir lo pequeño que es Salento, nos dimos una vuelta por sus alrededores, con múltiples fincas agrarias y ganaderas.
Para subir al Alto de la Cruz hace falta tomar el Vía Crucis de 253 escalones. Estos Vía Crucis pueden verse representados prácticamente en iglesias de Latinomérica, tomando importancia en sitios como la catedral de Zipaquirá.
Desde el Alto de la Cruz se divisa el valle de Cocora y todo el casco urbano de Salento
Tras dejar atrás los 253 escalones, Sabine y yo decidimos internarnos un poco por el Ecoparque el Mirador y nos pasó algo curioso. Nos encontramos con un soldado haciendo guardia. Bueno, estaba algo distraído con su celular, pero al vernos se cuadró con su fusil de asalto y nos dió el alto, informándonos de que no se podía acceder, ya que era zona militar.
Eso me recordó lo que Carolina me contó sobre los falsos positivos, la muerte ilegal de civiles por el Ejército colombiano que luego eran presentados como muertos en combate con la guerrilla para inflar los números de bajas causadas al enemigo, y luego se "manipulaba la escena del crimen" al vestir a las víctimas con prendas militares, armamento y munición "preparados" para tal fin, haciendo pasar a esos inocentes campesinos por guerrilleros.
Así que al volver a La Casona, le pregunté a Lili si nos podía contar más y ellas nos sentó, se le borró prácticamente la eterna sonrisa que nos llevaba dos días regalando y nos empezó a contar sobre la historia y dura realidad de ese fenómeno, un estigma en Colombia difícil de borrar.
Es realmente una dura parte de la historia colombiana que traspasa frontera por su crueldad.
En La Casona Lili tenía un acogedor rincón con dos sofás frente a un televisor con DVD, y una extensa y ordenada colección de películas nacionales e internacionales.
Y tras oir tanto y con tanto interés, nos decidimos por "Los colores de la montaña". Esta excelente película, que os recomiendo al 100%, habla de la realidad de millones de colombianos que han sufrido un conflicto interno desde 1948, dando como resultado ser el segundo país en el mundo con mayor tasa de desplazamientos forzados.
Sin ir más lejos, hace tres días, pude leer otra terrible noticia que me recuerda mucho a todo lo que pude aprender sobre el tema.
Un tema, la verdad que me daría para escribir mucho y sobre el que me gustaría exponer más. Si os interesa, por favor, no dejéis de investigar y poneros en contactoo conmigo.
Pero ahora quizás sea mejor que siga con mi post desde mi punto de vista de visitantes a Salento, no de enviado especial del FIDH.
Bueno, de vuelta Salento, algo tendríamos que comer, no? Y qué mejor que el típico plato de la zona:
Jugo, sopa (lentejas) y plato principal: trucha con patacón, arroz y ensalada y postre (una banana, que no plátano)
Todo por unos 6.000 pesos colombianos, unos 2,60 €.
Al tercer día ya sí pudimos salir hacia el Valle de Cocora, una de esas maravillas únicas de la naturaleza, que sólo puede ver allí y en ningún otro sitio más. Para mí, una maravilla única comparable al gran cañon del Colorado, las cataratas de Iguazú o las Galápagos... Al menos esa opinión me vale a mí, que nunca visité ninguno de esos tres sitios... ;-)
El maravillso paisaje del Valle de Cocora, a altura entre los 1.800 y los 2.400 metros sobre el nivel del mar, tiene un protagonista único y singular: la Palma de cera del Quindio.
Es un paisaje impresionate en el que te sientas libre, pequeño y feliz sin saber muy bien porque estos adjetivos se entremezclan con el simple hecho de estar mirando unas palmeras.
Pero es que son mucho más que unas palmeras normales, son el árbol nacional de Colombia desde 1949. Se encuentran en las altas montañas de Colombia, especialmente en los bosques de niebla, y se llaman así porque su tallo está recubierto de cera para protegerse de insectos y hongos.
Esa delgada capa de cera que cubre sus troncos suele conferirles un tono blanco muy atractivo. Esta cera se ha empleado en diversos usos, como la elaboración de cirios, barnices, aislantes y betunes.
Alcanza alturas de hasta sesenta metros y tiene un promedio de vida de unos cien años. No sólo es la palma más alta del mundo. Algunos ejemplares excepcionales alcanzan entre 50 y 60 metros de altura, sino que crecen a elevaciones mayores que cualquier otra palma en el mundo. Llegan hasta los fríos bosques nublados a 3200 m.s.n.m.
Los visitantes en el valle de Cocorá, aunque pueden apreciarla en grandes cantidades, no saben que el espectáculo no está garantizado: las palmas germinaron y se establecieron en los bosques y hoy, muchas de ellas enfermas, mueren lentamente en su hábitat hostil, estando ya bajo protección debido al alto riesgo de extinción.
Aún recuerdo lo bien que me sentía en aquel paraje, envuelto entre niebla que aparecía y desaparecía en cuestión de minutos sin que uno se diera cuenta.
Fue sentir una enorme paz interior y un contacto extremo con la naturaleza.
Una experiencia única, que merece la pena vivir.
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